No hay mejor prueba de la evolución que ha tenido Tulum en los últimos años que su oferta culinaria, la cual combina propuestas regionales e internacionales en espectaculares escenarios naturales.
El antiguo pueblo de pescadores que fue Tulum, unos 130 kilómetros al sur de Cancún y a 65 de Playa del Carmen, en el Caribe Mexicano, llegó hace tiempo a oídos de algunos de los viajeros más exigentes del mundo. La atracción de sus playas, su ambiente relajado y su cercanía al sitio arqueológico al que debe su nombre, entre otras bondades, surtieron un efecto inmediato. A ello se debe la creciente sofisticación de la oferta hotelera, gastronómica y nocturna del destino.
Tulum ha cambiado mucho en los últimos años y su escena gastronómica es la mejor prueba de esa evolución. Atrás quedaron esos años en los que se desayunaba en Don Cafeto y se cenaba en las pizzas al borde de la carretera. Hoy, este Pueblo Mágico de vibra bohemia ofrece experiencias culinarias inigualables en espectaculares escenarios naturales. Por un lado, el destino cuenta con una exquisita cocina internacional con opciones para satisfacer los gustos de todos los visitantes. Por el otro, Tulum ha desarrollado una celebrada propuesta regional que homenajea la riqueza de los ingredientes y sabores locales (algunos platillos incluso se preparan tal como lo hacían en la época prehispánica). En ambos casos, la gastronomía se complementa con un servicio impecable, un ambiente relajado que invita a la convivencia y coctelería de primer nivel.
En 2017, la visita del pop-up de Noma (René Redzepi y todo su equipo se instalaron por tres meses en Tulum) marcó un antes y un después en el destino, pero, antes de la llegada de los daneses, Hartwood había hecho su parte. El rústico y hermoso local del chef norteamericano Eric Werner, con su cocina sencilla, basada en ingredientes locales y el uso del fuego, atrae desde hace tiempo a hambrientos comensales, que esperan pacientes cada día una mesa entre la selva para probar el menú del día. Aceptan algunas reservaciones, pero la manera más segura de conseguir una mesa es hacer fila junto a los cientos de neoyorkinos que han hecho de éste su destino favorito. Otras opciones, con ambiente selvático, son Casa Jaguar y Gitano, donde la decoración rústica y el ambiente relajado marcan el ánimo (ambos son ideales para una salida nocturna).
En el hotel Mi Amor, el australiano Paul Bentley (de Magno Brasserie, en Guadalajara) es el encargado de un delicioso menú que sería difícil de encasillar, pero que denota sus influencias mexicanas, como la pesca del día, que se sirve con una tradicional salsa sikil pak. Sus pastas y el dúo de res, con puré de berenjena, poro y papas, bien valen una visita.
No todo es alta gastronomía y también hay opciones más sencillas, pero igual de ricas. Posada Margherita aún es un clásico, con pizzas y pastas frescas que se sirven al borde del mar. En el otro extremo de Tulum está Mezzanine, un pequeñísimo hotel donde la comida tailandesa es la estrella desde hace muchos años, y no hay que irse sin pasar por los burritos de Tres Galeones, generosos y sabrosos, con marlín y pescado, de ese tipo de antojos que no causan culpa, porque los ingredientes son sanos y buenos.
Como side trip, a unos 20 minutos de Tulum se encuentra la bahía de Soliman. Con apenas un par de opciones de hospedaje, el contraste es muy grande y aquí la playa perece casi desierta. Al final de la bahía, del lado derecho, se encuentra Chamicos, un restaurante de toda la vida, de ésos a los que uno llega para instalarse el día completo. Primero cervezas, después pescados y mariscos, y, finalmente, la tarde en una hamaca para aprovechar las vistas de esta tranquila bahía caribeña.
La cocina es una parte fundamental de la cultura mexicana. Su experiencia de viaje no estará completa hasta que sus sentidos se impregnen con los ricos sabores y los aromas irresistibles que caracterizan a la comida mexicana tradicional e internacional.
Tulum es el sitio que dónde puedes encontrar desde comida japonesa hasta marroquí, así de mágico es Tulum.
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